Libro de las memorias de las cosas by Jesús Fernández Santos

Libro de las memorias de las cosas by Jesús Fernández Santos

autor:Jesús Fernández Santos [Fernández Santos, Jesús]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1971-01-01T00:00:00+00:00


Esas páginas le dan más miedo aún. No la dejan dormir, a pesar del cansancio, a pesar de la hora. Esas páginas que leyó un día a sus hijas cuando fueron mayores, a fin de apartarles del pecado, y que ella, Margarita, recuerda agradecida porque le hablan de un rey que, al igual que ella misma, perdió un mal día el sueño.

«Aquella noche se le fue el sueño al rey y dijo que le trajesen el Libro de las memorias de las cosas y mandó que lo leyeran en su presencia. Y decían: No habrá ojo que se apiade de ti por hacer lo que hiciste, ni quien tenga de ti misericordia. Serás echada de la faz del campo con menosprecio de tu vida. Te dirán: tus pechos te brotaron, tu pelo te creció, mas tú estabas desnuda y descubierta. Y pasé junto a ti y te miré, y he aquí que tu tiempo era tiempo de amores. Extendí mi manto sobre ti y cubrí tu desnudez y entré en concierto contigo y fuiste mía. Mas confiaste en tu hermosura y fornicaste a cuantos pasaron y derramaste tus fornicaciones a cuantos pasaron; suya eras.

»Y fornicaste con los hijos de Egipto, tus vecinos de grandes carnes, y por ello te entregué a los hijos de los filisteos, que te aborrecen, que se avergüenzan de tu camino deshonesto. Fornicaste también con los hijos de Assur por no haberte hartado; y fornicaste con ellos y tampoco te hartaste. Multiplicaste tu pecado en la tierra de Canaán y de los caldeos y tampoco te hartaste. ¡Cuán inconsciente es tu corazón, como aquel de una poderosa ramera! Pero no fuiste ramera, porque a ellas dan dones, y tú, en cambio, diste dones a tus enamorados y les diste presentes para que entraran a ti. Por tanto, he aquí que yo te juzgaré por las leyes de los que derraman sangre y te castigaré en sangre de ira y de celo. Porque no en vano tu hermana mayor es Samaría y tu hermana menor es Sodoma.»

Y aquella noche, como aquel famoso rey, tampoco pudo dormir apenas Margarita. Más allá del espejo, más allá del cristal de la ventana, más allá de las arrugadas sábanas de Virginia que forman en el centro de la cama aquella diminuta cordillera, se alzaban aquellas páginas del Libro de las cosas y a veces venían los días de Madrid y los días de infancia, más lejos, en el pueblo. Aquella noche no pensó en morir, que pensó en matarse no recuerda cómo, que despertó con palpitaciones, pensando, sospechando que había pecado en sueños y las veces que después pecaría sin proponérselo, unas veces dormida y otras veces despierta.

Venían días tranquilos, casi felices, de la mano del padre o en compañía de los demás Hermanos, el tiempo de los primeros consejos, de la nieve, tan tibio en casa, melancólica fuera con el sonar de la campana y el crujir de los pasos en la nieve. Los primeros y animosos años que recordaba



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